La sombra de domingo es tan lenta y silenciosa que me cabe en la palma de la mano. Sombra que no huele a los pasos recién bañados de mi vecina ni saborea un trago de poesía. Es tan larga esa sombra que todavía se me suda en las palmas de las manos; manos que no buscaron ni la Gillette ni el Palmolive ni el estropajo ni la Colgate ni el pantalón recién planchado ni la playera con olor a Suavitel.
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18.6.07
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